Por algunos meses no asistí a mi iglesia local. Se dieron varios factores. Este año 2017 no acepté ningún tipo de posición eclesiástica lo que me permitió algún tipo de «libertad», por así decirlo. Por otra parte, y siendo que tengo la costumbre de estar activo en la música, esta última mitad de año recuerdo no haber cantado más que en el funeral de un amigo. Es cierto, esto coincidió con el tiempo cuando mi padre estuvo casi dos meses en el hospital por lo que los fines de semana acostumbrábamos acompañarlo. Casi paralelamente al final de ese período mi amigo y compañero de trabajo cayó enfermo y pasó sus últimos tres meses de vida en dos o tres hospitales del área. Tomé también la práctica de visitarlo regularmente y especialmente los fines de semana, cuando tenía más tiempo disponible.
Suena extraño decirlo, pero de alguna manera sentí un cierto tipo de desahogo. La verdad este tiempo me ayudó a meditar bastante. El hecho de dejar colgados mi traje y mi corbata, dejando de predicar, o de planear actividades, o aun cantar, le dio tiempo a mi mente para analizar, para ponderar, para pensar. No creo haberme enfriado… Por el contrario, pasé aún más tiempo en contacto con mi Señor alejado de las presiones de los compromisos de enseñar, de compartir y, podría agregar también, de aparentar. Sorprendentemente me di cuenta de que hay muchas más cosas para hacer y muchas necesidades que atender, especialmente en el tiempo que acostumbro asistir a la iglesia, de lo que había imaginado.
Hace algunas semanas, leímos en casa un tema que remeció mis pensamientos en ese momento. El asunto trataba lo que significa ser y hacer y la abismante diferencia en lo que somos y el por qué actuamos. Hace tiempo que he venido expresando la importancia de actuar como cristianos. En realidad tengo la convicción de que la fe que decimos tener debiera ser en realidad acción. Y al decir acción no me refiero precisamente al término «obras» que tenemos medio amalgamado en el vocabulario religioso. De hecho, de no haber una acción asociada a esa fe —es decir, dando la mano a quién me necesite, investigando la Biblia en forma íntima y personal, iniciando un plan agresivo de oración, o haciendo decisiones trascendentes— esa fe no pasa de ser casi un cadáver. Pero entonces la pregunta, ¿por qué hago lo que hago? ¿es en realidad mi actuar la consecuencia de lo que soy, o estoy simplemente «pareciendo» actuar por el contexto religioso que me rodea?
Ayer 31 de Octubre de 2017 se celebraron los 500 años de la reforma iniciada por Martin Lutero. Justamente el fin de semana anterior le comentaba a mi esposa que Lutero es la prueba viva de que, aunque hayamos estado año tras año leyendo las Escrituras y convencidos de ciertas doctrinas, es trascendental seguir examinando y ahondando, sin pre-conceptos en la intimidad de nuestra devoción, porque es posible que haya algo completamente nuevo que el Señor quiera mostrarme y que quizá modifique radicalmente la forma de pensar que he tenido desde que tengo memoria. Uno de los grandes legados de Martin Lutero es que el cristiano debe guiarse por la Biblia, y la Biblia sola. Esa es una sentencia muy determinante. De hecho, según ese razonamiento las Escrituras están por sobre el tradicionalismo, la iglesia, sobre la religión misma. Ahora, por alguna razón generalmente pensamos que esto se aplica a «otras» religiones, pero no a la mía. No obstante esto es un llamado de atención para todo el mundo cristiano, lo que incluye, por supuesto, a mi propia iglesia.
Me gustaría saber cómo puedo decir esto sin que mis hermanos piensen que estoy de alguna manera atornillando al revés, puesto que no es así. Sin embargo estoy llegando al punto de estar cansado de que, aún inconscientemente, estemos dedicando demasiada energía en preocuparnos de la forma en que actuamos. Estoy ya casi hastiado de que mi iglesia, de la que soy una pequeña parte, está poniendo un enorme esfuerzo, y quizá con buenas intenciones, en mantener o evaluar conductas que teóricamente indican un «a la ley ya al testimonio.» Es indudable que congregarse, vestir apropiadamente, alimentarse correctamente, aplicar ciertos estándares en la adoración, entre muchos otros, son patrones beneficiosos para una vida saludable tanto en el aspecto físico como moral y espiritual. De hecho son elementos que yo comparto y aplico… o trato. Ahora, es cierto que las buenas conductas retratan lo que llamamos un buen testimonio. Pero ¿por qué estamos tan interesados en este testimonio si es que esto no determina finalmente quién soy yo en la blindada intimidad de mi alma? Es cierto, tenemos muchos consejos sobre modelos de conducta que compartir. No obstante, la mayoría de ellos no son más que la consecuencia de una relación diaria y estrecha con Jesús y la obra del Espíritu Santo en la vida de cada persona. Lamentablemente yo no veo que enfatizamos precisamente demasiado esta relación con el Salvador al poner los elementos en una balanza. La verdad pareciera que solo estamos interesados en el «parecer». De hecho, es mucho más fácil evaluar una acción visible que un «ser» interno invisible y, la verdad, somos campeones a la hora de juzgar. ¿No será que en lugar de dedicar nuestro esfuerzo en «parecer», debiéramos dejarnos caer simplemente en «ser» quien soy? ¿No será que debiéramos olvidarnos de inventar corazas o vestir caretas siendo que al fin y al cabo somos criaturas desventuradas, miserables, pobres, ciegas, y desnudas? Al fin y al cabo quizá podemos estar siendo simplemente «sepulcros blanqueados» que parecemos muy adornados por fuera pero en la privacidad de nuestra alma somos solamente pudrición. La verdad no tenemos absolutamente nada de que enorgullecernos más que en conocer a quién sí tiene el poder para sanar y restaurar nuestra alma, para poner colirio en nuestros ojos para que veamos.
Me está molestando además sentir que vivimos preocupados por nuestra salvación. Ahora, por favor no me malentiendan. Puede que esa sea la meta correcta y suprema de cada cristiano, pero me cuesta pensar que oremos, cantemos y roguemos para ser aceptos por Dios, sin que estemos preocupados en lo más mínimo de lo que sucede con la gente que me rodea. Con ese grupo de gente mal vestida y maloliente que se asentó en una plaza de mi ciudad, o con aquellos empleados en la empresa en que trabajo que parecen venir de una cultura «extraña», o esa familia con música estridente cerca de mi hogar, o esos muchachos sin rumbo aparente que asisten a las misma escuela de mis hijos. Parece que en nuestra perspectiva religiosa, sentimos que somos los actores principales sin importar que el mundo se desplome a nuestro lado. Esto definitivamente es egoísmo y egoísmo puro. Es cierto, estoy de alguna manera exagerando al generalizar cuando probablemente no es la norma. Pero presiento que es más común de lo que parece. Cuando Moisés abogó ante Dios por el pueblo israelita en el desierto, le rogó: «Si es tu voluntad, perdona su pecado, y si no, bórrame del libro que has escrito.» Esta es una de las sentencias más lindas que encuentro en la Biblia. En otras palabras ¡Moisés estaba dispuesto a ser borrado del libro de la vida y perderse a sí mismo con tal de que su pueblo se salvara! No en vano el Señor lo bendijo, pues estuvo dispuesto a despojarse de sí mismo, aún de sus más preciados anhelos por amor a los demás. Y por supuesto nuestro Líder y Salvador arriesgó su propia divinidad con tal de salvar aún a un solo pecador arrepentido. ¿No debiéramos entonces, como seguidores del Maestro, estar aún más interesados en la salvación de los demás que en la misma nuestra?
Ahora, no quiero que quede una impresión negativa de todo esto. En realidad lo que quiero es que oremos fervientemente para que el Señor nos impresione para entender qué hay finalmente tras todo lo que llamamos mi Religión. Me gustaría que Dios nos muestre hacia dónde estamos apuntando como iglesia y, a la vez, tener una idea de quienes están en esa búsqueda. Creo poder concluir diciendo que, al dejar de preocuparnos de la coraza del «parecer» y permitiendo que Dios nos muestre en forma íntima, personal e independiente de lo que hayamos aprendido en nuestro previo recorrido espiritual, el Señor de alguna manera va a impregnar Su ser, Su esencia misma en nuestra vida y nos veremos de veras compartiendo el evangelio a toda tribu, lengua y pueblo. La verdad no vale la pena preocuparse tanto de otras demostraciones secundarias o conductas, porque estas vendrán por añadidura y a su debido tiempo.