En otro artículo comentaba que durante estos últimos quizá cinco o seis años había comenzado a leer la Biblia luego de «formatear» mi mente, por así decirlo, con el fin de dejar de lado elementos que me fuercen a entenderla en base a pre-juicios o doctrinas arraigadas de alguna manera. En realidad debiera aclarar que lo que hago es escuchar en lugar de leer, lo cual ha sido inmensamente práctico y de mucha bendición. De hecho la mayor parte de los días, al dirigirme a mi trabajo o al estar de vuelta, conecto mi MP3 y escucho alguna sección durante los 20-25 minutos que me lleva el trayecto. Y la verdad es muy interesante sentirse precisamente como en los tiempos bíblicos en que una muy probablemente la mayoría de la población no contaba con los escritos —de hecho no sabía ni le era necesario leer pues el auge de la lectura no se produjo obviamente hasta después de la Edad Media— y solo tenía acceso a las Escrituras cuando era leída en público por los sacerdotes o escribas.
En fin, la versión de audio que tengo y he estado escuchando es la Nueva Versión Internacional. A propósito de versiones, recuerdo mis clases de literatura en enseñanza secundaria cuando solíamos leer y reportar ciertos libros como Don Quijote de la Mancha o el Mio Cid Campeador. Es cierto que una buena parte del relato se comprendía bastante bien, pero, ¿no es también cierto que había muchos términos que nos hacían complicada la comprensión? Bueno, la NVI puede ayudar a una mejor percepción de pasajes en versiones con lenguaje algo arcaico de las Escrituras. De paso, tengamos en cuenta que una versión más antigua de la Biblia no implica que sea más fidedigna o confiable, ya que las traducciones o reproducciones no se hacen esencialmente desde una versión anterior para producir una nueva. Si es así, en tal caso hablamos de revisiones. La NVI tiene características muy valorables. Entre otras, está traducida por teólogos de diversas denominaciones (entre ellos adventistas) evitando así interpretaciones parcializadas. No es una traducción literal palabra por palabra sino que extrae la idea del concepto que se está enunciando lo que para mí, al menos, es muy valioso. Y, algo bastante significativo, está traducida a un lenguaje que hasta un niño de 10 años en la actualidad puede entender.
Ahora, por qué todo este comentario acerca del estudio de la Biblia. Últimamente he estado pensando casi obsesivamente en cómo empleamos el tiempo, especialmente cuando nos congregamos en nuestra iglesia. Permítanme desglosar… pensemos en la iglesia como una escuela. Pues bien, el período escolar tiene ciertos años de duración y culmina con una graduación. De mi tiempo como docente recuerdo varios casos de estudiantes que, a pesar de tener las condiciones necesarias, se quedaban estancados en una o más materias de tal manera que tardaban muchos años en terminar. Incluso hasta parecía que les gustaba ser eternos estudiantes. No obstante estaba el porcentaje de ellos que comenzaba y terminaba sus estudios en el tiempo planificado. Analógicamente siento que en la iglesia muchos tenemos la tendencia a ser eternos estudiantes. Por favor no me malinterpreten ya que, en efecto, estudiar es algo muy valioso. A lo que me refiero es a la analogía de la interminable educación. La iglesia es una institución divina que, entre otras cosas, enseña. Y, verdaderamente, cuántas cosas maravillosas hemos aprendido en nuestro paso por esa escuela. Cuántas historias, cuántas parábolas, cuántos métodos, cuántas lecciones, cuántos testimonios. Entonces pues, ese proceso toma una cantidad de años. ¿Cuántos? No hay un número determinado ni fechas prefijadas o planeadas. Sin embargo a lo que quiero llegar es que debiera existir de alguna manera una graduación (aunque obviamente no aquella con pompa y platillos).
Esta es mi preocupación, ¿será que ocupamos demasiado tiempo en sentarnos a escuchar sermones o dedicamos mucho esfuerzo en revisar temas que ya están prácticamente claros en nuestra mente? ¿Será que empleamos la mayoría de nuestro esfuerzo en mantener la estructura de los cultos, en mantener el esquema de la liturgia y las predicaciones, que finalmente terminamos agotados y sin deseos de agregar otras actividades? ¿Estaremos afanados en invitar experimentados predicadores porque queremos escuchar nuevos puntos de vista, nuevos testimonios, pensando que eso levantará nuestro espíritu y hará que nuestros corazones permanezcan vibrantes? Precisamente no me hace sentido que asistamos a la iglesia cada fin de semana, por toda una vida, para simplemente sentarnos a escuchar, aprender y compartir nuestro conocimiento entre hermanos. Aunque es una maravillosa experiencia la de compartir con los creyentes, no creo que esa sea la meta final. Aunque nuestro espíritu se eleva y nuestros corazones vibran con la alabanza en conjunto, no pienso que sea la función de la iglesia, como institución, mantener viva esa llama divina en nuestra vida. Dios en realidad lo hace en la profundidad de nuestra alma y de diversas maneras. El Señor tiene una misión para nosotros y tiene «pensamientos más altos que nuestros pensamientos y caminos más altos que nuestros caminos». No puede nuestro paso por la iglesia ser una interminable escuela que nunca gradúa a sus estudiantes. Tiene que haber un periodo de post graduación. Debe haber una fase en que se acaba la preparación para pasar a la vida profesional. Debe haber un período para compartir lo aprendido, para enseñar, para servir, para alimentar, para predicar, para lograr un impacto en el mundo. Esto no significa que no debemos seguir profundizando las Escrituras, sino implica que lo podemos hacer en la quietud de nuestra devoción personal. Los profesionales en cada rama lo siguen haciendo y especialmente quienes se dedican a la investigación. Como cristianos antiguos en la iglesia ya tenemos las herramientas. Después de un número de años de entrenamiento ya podemos ser investigadores. Estamos en condiciones de leer, comparar, analizar y concluir. Todos tenemos, aún, acceso a dedicar tiempo a la lectura de la Biblia y a la oración. En general ya no necesitamos que se nos instruya en detalle cómo hacerlo. De hecho, el esperar recibir instrucción de los demás es prácticamente pereza. Es más, cuando asumimos esta decisión no solo contamos con esta experiencia adquirida sino que tenemos la bendición de ser asistidos por el mismo Dios Espíritu Santo quién pasa a ser nuestro guía personal, nuestro consejero, nuestro ayudador, tal como Cristo lo prometió en Juan 14:26, «Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho.»
No me cabe duda que el Señor desea y anhela que actuemos, que vayamos donde haya necesidad, que nuestra fé sea en realidad acción. Dios desea que ocupemos el tiempo en lo que El considera su prioridad. Estamos viviendo momentos solemnes de la historia. No podemos encerrarnos en nosotros mismos tratando simplemente de pensar cómo y qué hacer para ser salvos. En cierto modo eso es lisa y llanamente otro tipo de egoísmo. Jesús le dijo al joven rico, «una cosa te falta». Dios espera que trabajemos por el mundo como Cristo lo hizo. La naturaleza del Hijo de Dios ha sido y se resume en servir. Noto en cada ángulo de las Escrituras que El espera que Su carácter sea reproducido en sus hijos para testimonio a las naciones. En otras palabras, ya basta de estar inactivos, de sentirnos cristianos porque asistimos a la iglesia semanalmente, de ser eternos estudiantes. Nuestra misión es compartir el evangelio con un mundo sufriente. Nuestra labor es desatar las cadenas de la opresión, alimentar al hambriento, hospedar al refugiado, sanar al enfermo. En resumen, compartir a Cristo. ¿Estoy proponiendo algún tipo de cambio? Sí, y lo estoy tratando de implementar en mi vida personal. Aunque las iglesias debieran constantemente estar abiertas porque siempre habrá quienes necesiten aprender, los miembros deberíamos turnarnos con las labores de instrucción y predicación. Por supuesto debiéramos estar allí cuando llevemos visitas y hacer nuestra parte para que «la casa de Dios sea una casa de oración». Sin embargo el estudio e investigación personal de las Escrituras deberíamos hacerlo en nuestro momento personal y diario de devoción. La misión principal de la iglesia debería ser la de interactuar con la comunidad mientras sea posible. Esa fue la instrucción que nos dejó el Señor antes de partir. El sábado debería dedicarse completamente a servir a la comunidad ya que estamos más disponibles por no estar atados a nuestra agenda de trabajo. Hay mucho para hacer y muy pocos los obreros, mencionó nuestro Maestro. Cuántos enfermos hay para visitar, cuántos desamparados a quienes animar, cuántos hambrientos que alimentar, cuántos sin esperanza con quienes orar. La lista es interminable. Si logramos sacar el polvo y las telarañas de nuestro «cristianismo» y plantamos bandera en la comunidad, no tanto con conocimiento sino con acciones concretas, estaremos presentando verdaderamente a Cristo, y cuando Él sea levantado, a todos atraerá a sí mismo. Finalizo con una cita atribuida a Albert Einstain quién dijo: «El mundo no será destruido por quienes hacen el mal, sino por aquellos que observamos y no hacemos nada.»