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Esta mañana estuve leyendo (escuchando) los últimos capítulos del primer libro de Samuel. Y la verdad hay relatos sumamente interesantes en esta sección histórica de las Escrituras. Como sabemos, David pasó una buena cantidad de años huyendo. A pesar de haberle mostrado en muchas ocasiones lealtad y respeto al rey Saúl, este se empecinó en tratar de eliminarlo puesto que estaba convencido de que David quería arrebatarle su reinado.

En una de sus tantas huidas con su pequeño ejército de unos cuantos cientos de hombres, David decidió pasarse al territorio de los Filisteos. Sí, de los Filisteos a quienes él mismo había enfrentado años atrás al matar a Goliat cuando era apenas un adolescente. Su corazonada era que, si en su propia tierra lo buscaban para asesinarlo, que más podría perder yéndose con los enemigos de Israel. Y su intuición no estaba muy errada puesto que Aquis, rey de Gat (en aquellos tiempos se llamaba también reyes a los gobernantes de una ciudad o provincia), le abrió las puertas sabiendo que David y sus hombres huían de los Israelitas y podrían ser valiosos para sus planes. Más aún, aceptó su pedido de que se les permitiera vivir en una de sus aldeas. Fue así como David y sus 600 hombres, más sus esposas e hijos, terminaron habitando en Siclag, y estuvieron allí por un año y cuatro meses. Durante ese tiempo se dedicaron a atacar y saquear principalmente territorios habitados por los Guesureos, Guirzitas y Amalecitas, que eran pueblos odiosos tanto para Filisteos como Israelitas, ofreciendo una ayuda valiosa al rey Aquis quién, de paso, llegó a estimar mucho su lealtad.

Pues bien, necesitaba relatar esto como contexto para hablar de lo que sucedió en el capítulo 30. Los Filisteos estaban reuniendo sus tropas para atacar a Israel. Esto hizo que Saúl también pasara lista a su ejército para hacerles frente. Los dos ejércitos se habían enfrentado ya varias veces, pero este combate fue muy particular porque sería el último para Saúl y Jonatán. David, quién de veras deseaba mostrar al rey de Gat su agradecimiento por el asilo y hospitalidad, puso a disposición sus hombres y marcharon junto al rey a la batalla. No voy a ahondar en los detalles del conflicto, pero sí en que David y sus hombres, luego de tres días, tuvieron que volver a Siclag porque los generales Filisteos no confiaron en que hubiera Israelitas infiltrados que podrían transformarse en enemigos potenciales. Ese retorno no solo fue desalentador, sino que, además al llegar cerca de la ciudad, se encontraron con una escena tremendamente desoladora. El humo subía de en medio de la población mientras todo se incendiaba. Y, al entrar en ella, no encontraron rastros de sus familias. Por medio de testigos, se enteraron de que Siclag había sido saqueada por los Amalecitas mientras ellos estaban fuera.

Voy a detenerme aquí un momento. ¿Te has encontrado alguna vez en alguna situación en que ves que tu vida, tu trabajo, tus planes, tu salud, o tal ves tu matrimonio o familia están a la deriva? ¿Te has encontrado agobiado, extenuado y esperas con desesperación algo que te permita un respiro? ¿Has estado mucho tiempo luchando con algo y deseando ver luz al final del túnel solo para después encontrarte con que aparece algo mucho peor? Lo que David y su ejército encontraron en Siclag fue realmente como para destrozar el corazón. Ese grupo de hombres ya había estado varios años de su vida peleando valientemente mano a mano con David, sufriendo el odio y la incomprensión de su propio pueblo. Y aún padeciendo persecución, huyendo de un lugar a otro, habían sido fuertes y valerosos para enfrentar los peligros que les acechaban día a día. Sin embargo, esto ya fue demasiado para esos hombres cargados y agobiados. Dice pues el versículo 4 que se echaron “a llorar y a gritar hasta quedarse sin fuerzas”.

Llorar hasta que no queden fuerzas no es algo pequeño, ni menos superfluo. Creo que la desesperación es una reacción muy natural y completamente humana. Y vaya que debemos escuchar y detectar señales en quienes nos rodean porque muchas veces ese sufrimiento es silencioso. Puede que más de alguno que lea esto esté pasando por un sufrimiento muy grande y necesita apoyo desesperadamente. Todos tenemos un punto de quiebre. Algunos pueden soportar mucho, mientras otros se desmoronan demasiado pronto. En cuanto a David, él ya había soportado una carga abultada y desde muy jovencito. Sin embargo, además de estar sudando sentimientos de culpabilidad por ser el responsable de esa desgracia, también lloró amargamente la pérdida de sus esposas Ajinoán y Abigail hasta quedar, como los demás, sin fuerzas. No obstante, hay un “pero” que quedó resonando en mi mente mientras leía. Es una sentencia en la última parte del verso 6 que dice lo siguiente: “Pero (David) cobró ánimo y puso su confianza en el Señor su Dios”.

El hecho de que David haya cobrado ánimo implica y confirma el hecho de que estuvo muy desanimado, quien sabe y probablemente en estado de depresión. Sin embargo, él tomó una decisión (porque tuvo que hacer una elección) y fue la de poner su confianza en el Señor. Y vaya que sucedió un cambio enorme a partir de ese momento. Es decir, estando desesperados y a un paso o aún en el punto de quiebre, todavía tenemos un par de opciones. Podemos dar un paso al abismo o podemos elegir la opción de confiar en el Señor nuestro Dios. Podemos desmoronarnos (y, de paso, llevar consigo a quienes dependen de nosotros) o podemos arrodillarnos y poner nuestro caso en las manos de Cristo. David decidió poner su confianza en su Dios y ese fue el comienzo de la victoria que relata el resto del capítulo 30. Allí leemos que David animó a sus hombres a confiar en que podrían encontrar a sus familias con vida y liberarlas. Y Jehová de los Ejércitos permitió una inmensa victoria luego de que David buscó al sacerdote Abiatar y, junto a él, consultaron al Señor. En una batalla que duró dos largos días, David y sus hombres aniquilaron a los Amalecitas por completo y recuperaron con vida a todas sus familias además de un valioso botín. Paralelamente, aunque sin saberlo David en ese momento, Saúl y sus hijos estaban sucumbiendo en la batalla. Esto permitió que muy pronto el famoso guerrero llegara a ser el líder de su pueblo. Ungido ya años antes por el profeta Samuel, David llegó a ser el célebre rey que logró unir todas las tribus y consolidar una de las épocas más grandiosas de Israel. Tal fue el resultado de un hombre que eligió, quizá en uno de aquellos momentos más duros de su vida, poner toda su confianza en el Señor, su Dios.

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