No entiendo a veces la obsesión de ciertos predicadores por manifestar expresiones del tipo: — Todas las respuestas están sólo en la Biblia. Sin embargo, no confíen en sus propias conclusiones, “porque engañoso es el corazón” o, tal vez porque, “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada”—. Esto, por supuesto, puede sonar razonable en un principio. Sin embargo, termina siendo una completa contradicción. De paso, hay quienes se molestan cuando alguien siquiera menciona el tema de encontrar nuevas interpretaciones o tal vez nuevas verdades. Pero ¿no es esto precisamente lo que se ha estado dando en el cristianismo protestante por más de cinco siglos desde el comienzo de la reforma y, por cierto, siendo de enorme bendición? ¿Será que este honesto anhelo de analizar personalmente para encontrar verdades que apliquen primero que nada a mi propia vida, se interprete como un ataque a mi denominación?
Volviendo a la expresión inicial, en realidad yo percibo el consejo de no confiar en opiniones propias sencillamente como como un —ustedes no deberían analizar porque no tienen la suficiente capacidad de razonar, por lo que deben aceptar lo que los eruditos señalan—. En otras palabras, esto suena lisa y llanamente como una invitación a no escudriñar. Así de simple. Si las respuestas están efectivamente en la Biblia, ¿por qué yo debería evitar obtener conclusiones personales luego de un exhaustivo análisis, siendo que estoy confiando en la iluminación del mismo Santo Espíritu que inspiró a los escritores y, más adelante, a los exégetas? (Ver, de paso, Romanos 8:11). De nuevo, si alguien me aconseja no sacer conclusiones propias, esa persona está consciente o inconscientemente diciéndome que es mejor que no investigue la Biblia.
¿No debería ser una alegría, como buenos bereanos, corroborar que lo que escucho y he estado abrazando es auténtico y veraz? Ahora, si llegamos a conclusiones distintas y, quien sabe, a veces transversalmente opuestas, ¿no será que podría haber un par de piezas en el rompecabezas de mi mente que han estado extraviadas (o quizá nunca vinieron en el paquete) y que, si escudriñamos individual y detenidamente, podríamos tener la posibilidad de gozar de la misma alegría que evidenció la mujer que encontró la moneda perdida? En esa vena, quién sabe y quizá podría ser posible que lo que encontremos sea ni más ni menos que la propia persona de Cristo, que nosotros suponíamos conocer, pero de quién hemos llegado a entender una faceta completamente desconocida hasta el momento.
Por supuesto, hay una cantidad de doctrinas que son transversalmente aceptadas y practicadas por la mayoría de las religiones cristianas. Pero hay muchas otras que son diametralmente opuestas. Entiendo que puede haber una preocupación por evitar que los miembros de una congregación lleguen a conclusiones erróneas por falta de información correcta o una apropiada exégesis. Sin embargo, el evitar que un creyente saque sus propias conclusiones contradice directamente todos los textos de la misma Biblia que nos mueven a escudriñarla diligentemente y en forma personal. Lamentablemente el sistema de estudiar la Biblia con estudios prediseñados, que tienden a probar doctrinas ya existentes, nos hace caer en el juego de dar vueltas y vueltas en las mismas constantes y conclusiones predeterminadas. Y, si razonamos en este concepto, es exactamente la sencilla razón de por qué cientos o miles de religiones cristianas mantienen su coerción, y sus líderes logran que un número de miembros se mantengan adheridos a sus filas. Efectivamente, esto es muy similar a las consignas de las corrientes políticas. Es mucho más fácil enseñarles a los miembros a cumplir una serie de normas porque “los eruditos han ocupado muchos años de oración y estudio y nosotros hemos sido bendecidos por sus conclusiones”, que enseñar a conocer y amar a la persona de Jesucristo y permitir que El en forma directa transforme nuestra vida. La verdad creo que muchos dirigentes están más empeñados en compartir doctrinas, agregando de paso por ahí más de una pizca de temor a las consecuencias.
Yo, personalmente, lamento mucho que nuestras predicaciones no apunten directa y principalmente a conocer a Cristo. Permítanme mencionar que el término discípulo, al menos en los tiempos bíblicos, no tiene precisamente la misma connotación que lo que ahora se conoce como un alumno, un seguidor de creencias, o un estudiante de… Antiguamente un discípulo era quien vivía con su maestro. En la Biblia hay varios ejemplos de esto. Pero un argumento o ejemplo muy claro es el que leemos en Juan 1:38. Cuando los discípulos de Juan el Bautista siguieron a Jesús y este les preguntó que buscaban, ellos no preguntaron ¿cuáles son tus doctrinas?, o ¿quién eres? o, tal vez, ¿puedes enseñarnos lo que crees? Sencillamente “Ellos dijeron: —Maestro, ¿dónde vives—?” En otras palabras, se da por hecho que solicitaron ser sus discípulos buscando convivir con Él.
Más de alguien dirá que predicar sobre profecías, sobre normas de vida cristiana o, sencillamente, sobre obedecer los mandamientos, es la forma de compartir el cristianismo. Y puede que estos elementos sean correctos. Sin embargo, yo diría que lo que hay es un problema con el orden de las prioridades. Cristo fue, es y será, la consigna y el estandarte que debe ir a la cabeza, y todo debe comenzar y derivarse desde Él. Por lo mismo no puedo imaginarme cómo podría yo absorber los detalles de la persona de Cristo si no analizo profunda, completamente y en detalle, la carta magna que nos dejó escrita. Si mi religión solo se transforma en un aceptar y profesar conclusiones de terceros, por buenas que estas sean, jamás lograré interiorizarme de esos pequeños grandes detalles que emergen de una relación de amor que fluye en ambas direcciones. Lo que ocurra después será lo que produce el ser liderado, guiado y transformado por el poder de Cristo. Es más, tengo la convicción de que el aprender a, primero conocer, luego a tener una amistad y, finalmente, a vivir con Él, será el testimonio que consigna Mateo 24:14 que va adherido al evangelio que debo predicar hasta el fin del mundo.