Hace poco leí un letrero que indicaba que la mujer siempre ha tenido y tendrá control sobre su cuerpo, pero que la nueva vida que tiene dentro no le pertenece. Por lo mismo, continuaba el anuncio, querer controlar el proceso de la nueva vida era la consecuencia de pobres decisiones y a la pérdida de control sobre su cuerpo por parte de la madre.
Bueno, entiendo el argumento, pienso que es técnicamente correcto y estoy de acuerdo en parte. Sin embargo, al ver la motivación tras el mensaje, creo que debo agregar que una parte de la premisa es incorrecta. Me explico, por supuesto están quienes anhelan y planean tener hijos y logran ser parte de eso sueño maravilloso. Felicidades y muchas bendiciones a quienes se encuentran en ese espectro. Sin embargo, la vida no se presenta a todos de la manera que ha ocurrido, digamos, con nosotros. No todas las damas terminan teniendo hermosas familias, esposos fieles, una situación financiera aceptable, o un ambiente apropiado. De hecho, hay millones que caen en este rango. Aún sin tomar en cuenta las estadísticas, solo el sentido común y el mirar alrededor nos muestra que existe una enorme cantidad que, al confrontar un futuro oscuro e incierto, no desea continuar con el embarazo. Complicaciones extremas de gestación o un probable nuevo calvario, mujeres abusadas o forzadas a tener sexo, e incluso aquellas que viven una vida normal, próspera o sin contratiempos, al confrontar el dilema, no necesariamente van a ponderar las opciones como otra persona en condiciones completamente opuestas y favorables las haría.
Por supuesto todas (y todos) desearíamos tomar buenas decisiones en cada determinado momento. Sería sumamente extraño que alguien levante la mano y diga: ―yo quiero tomar una mala decisión―. El problema en la vida, como en muchos aspectos, es que no siempre las cosas se dan como uno las imagina o anhela. Así como ocurre con los conductores en el camino, los accidentes ocurren de todas maneras, aunque tomemos todas las precauciones. Trenes se descarrilan llevando a la muerte a cientos de pasajeros, no precisamente porque estos fueron imprudentes al decidir hacer ese viaje. Un terremoto sepulta a miles de personas, no porque éstas tomaran la mala decisión de vivir en tal o cual ciudad. A esto me refiero con parte de la premisa errónea. Es cierto que puede haber muchos casos de falta de control y pobres decisiones, pero hay también muchísimos que suceden por razones fortuitas o sencillamente por accidente. Por esto, nunca debiéramos apuntar con el dedo, pretendiendo ser generales después de la guerra, cuando no sabemos las agonías, sueños frustrados, traiciones o humillaciones que hay tras bambalinas.
Cuál es entonces mi postura. Si está en mis manos, si lo que ocurre sucede dentro de mi grupo familiar, si involucra a alguien quien está dentro de mi rango de alcance, por supuesto seré un un defensor de la vida y voy a promover hasta donde sea posible el derecho a la supervivencia del bebé en camino. Es posible que tenga que hacerme cargo de aquel niño y, tal vez, ayudar a criarlo. De hecho, no podría tener la moral para levantar pancartas si no ofrezco yo mismo soluciones. Es cierto, al no existir otra opción, está la alternativa de ofrecer los bebés a institiciones de cuidado. Pero, seamos honestos, ¿cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a correr una segunda milla y no solo a exigir más adelante «que el gobierno haga algo»? ¿No termina la mayor parte de ellos creciendo en orfanatos o saltando de casa en casa en hogares de acogida?
La verdad yo no puedo tener derecho a involucrarme en las decisiones de personas que ni siquiera conozco, teniendo en cuenta que no percibo en lo más mínimo los sufrimientos o luchas que podrían estar pasando en su vida. Eso, para mí, sería Talibanismo puro, es decir, estar actuando con una mirada arbitraria y sin empatía de por medio. Lo que sí creo es que nuestra posición como cristianos no es algo que pueda expresarse solo de palabra. Nuestro deber sería involucrarnos activamente en la sociedad que nos rodea, promover principios, interactuar con jóvenes, hacer trabajo de prevención, compartir el valor de la vida, etc., pero no forzar a los demás a mirar la vida con nuestros ojos y menos impulsar una condena legal por sus decisiones. ¿Leyes acotadas y que controlen casos específicos y extremos? Claro que sí, pero usemos el sentido común. Por ejemplo, no puede ser que pretendamos crear leyes que condenen inflexiblemente el aborto (en los Estados Unidos) mientras soportamos sin control ni reservas la posesión de armas de grueso calibre, que están diseñadas específicamente para asesinar, en este caso, a otro rango de personas.