Encontré el siguiente párrafo en un estudio sobre el libro de Job que me pareció muy interesante: «Hay una cita, que ha sido atribuida a Martín Lutero, a Oswald Chambers y a Charles Spurgeon: ‘El evangelio es como un león enjaulado. No necesita ser defendido, solo necesita que lo saquen de su jaula’. No necesitamos defender a Dios. Todos los intentos de hacerlo están condenados a un fracaso miserable, o son solo una autodefensa de nuestras teologías retorcidas.»
La razón de este comentario tiene que ver con un tema que discutimos algún tiempo atrás y que hablaba de los amigos de Job. Estos tres hombres son quizá una buena radiografía de nosotros como miembros de iglesia. Puede que, como ellos, seamos diligentes, celosos con el evangelio, o incluso podamos llegar a imaginar que somos guardianes de las verdades. Probablemente como estos varones nos sentimos con la responsabilidad de “defender a Dios” ante el mundo, mostrando cuál es Su voluntad, compartiendo Sus normas de justicia, señalando la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto (aunque mucho de esto tenga tintes y pincelazos de correcto).
Un par de noches atrás me encontré leyendo una publicación de Facebook que invitaba a visitar una iglesia local determinada. Por curiosidad me detuve a leer algunos de los cientos de comentarios que seguían al posteo. En realidad mejor no lo hubiera hecho ya que comenzó prácticamente una batalla campal del tipo de «no se te ocurra ir a esa iglesia, es una secta satánica.» O, «yo por eso soy de la iglesia fundada por Cristo… «. Y luego, la consiguiente respuesta, «noo, esa es una falsa iglesia y más demoníaca que la primera…». Por supuesto, cada una con decenas de respuestas cual más agresiva que la anterior (incluso escritas por algunos que deduzco eran de mi propia denominación). ¿Vemos elementos comunes a algunas de nuestras propias actitudes? El problema fundamental en esto es que Dios no necesita que lo protejamos, Él necesita que lo mostremos, que lo compartamos, que lo levantemos, que seamos sus testigos. Él es quien hará el resto, Él moldeará los corazones, Él producirá en el alma «tanto el querer como el hacer por su buena voluntad»… no nosotros.
Tal como dice la cita inicial, nuestros intentos por escudar a un Dios todopoderoso que en realidad no necesita nuestra «ayuda» sino que simplemente espera que “contemos cuantas cosas ha hecho Él por nosotros”, van por el camino equivocado. Cada vez que querramos proteger la verdad exaltando nuestro conocimiento, nuestra tradición, nuestras fortalezas espirituales, o nuestras impecables doctrinas sin, por el contrario, enaltecer o agigantar la persona de Cristo, que es quién en realidad provee los medios, la gracia, y el poder para vencer, no encontraremos otra cosa que decepción y fiasco.