Hace algunas semanas comentamos en nuestra iglesia algunos detalles de aquel memorable evento bíblico que ocurrió poco antes de la conquista de Jericó por parte del ejército israelita y que tiene que ver específicamente con su líder.
En Josué 5: 13 y adelante vamos a notar que precisamente el autor del libro, Josué, se encontraba cerca de Jericó (en otras versiones dice “en las llanuras”), seguramente planeando, analizando, o más probablemente meditando u orando por dirección divina.
Dice el texto que Josué “levantó la vista y vio a un hombre de pie frente a él, espada en mano» (un soldado armado en otras palabras). «Josué se le acercó y le preguntó: ¿Es usted de los nuestros, o del enemigo? — ¡De ninguno! —respondió—. Me presento ante ti como Comandante del Ejército del Señor. Entonces Josué se postró rostro en tierra» (acto que de paso prueba el hecho de que se trataba de Dios mismo, Jesucristo, quién estaba frente a él – comparar con Mateo 4:10). No me puedo yo imaginar qué maravillosa experiencia fue aquella de Josué, la de encontrarse cara a cara con Dios. Recordemos que un poco más de 40 años antes Moisés tuvo una experiencia similar justamente antes de otra conquista, la de la liberación de Israel de la esclavitud. Ahora Josué se arrodilla entonces frente a quién era más que un ángel (ver Apoc. 19:10).
Entonces el verso 14 continúa diciendo que Josué “le preguntó: — ¿Qué órdenes trae usted, mi Señor, para este siervo suyo?” Muy probablemente Josué estaba preocupado por saber cómo debería atacar esa ciudad tan fortificada, con qué armas, en qué momento, desde qué ubicación, etc. Antes de continuar quisiera que imaginemos un contexto más personal por un momento. De hecho, ¿no se parece este modelo a las preocupaciones con las que nos despertamos y dan vueltas en nuestra cabeza la mayoría del tiempo? Muchos de nosotros acudimos a Dios en algún momento del día, generalmente por la mañana, en busca de dirección y sabiduría pero, más que todo, en busca de respuestas. Cuántas veces nos hemos despertado preocupados y como Josué le expresamos diversas interrogantes como por ejemplo:
- ¿Qué puedo hacer con mi niño Señor? suplica una madre cuyo hijo está ya por un tiempo juntándose con malas amistades y quizá peligrosamente entrando en el ambiente de las drogas.
- Un hombre que ha estado desemplaeado ya por un par de meses clama, Señor, por favor, ¿qué hago para pagar la renta de mi casa?
- ¿Qué hago Señor? implora una dama que trata desesperadamente de salvar su matrimonio.
Por supuesto nosotros tendremos nuestras propias y específicas inquietudes. Pero veamos qué responde Dios a Josué en el verso 15: “El comandante del ejército del Señor le contestó: —Quítate las sandalias de los pies, porque el lugar que pisas es sagrado.” Un momento, espere… vamos a detenernos un momento aquí… me parece que si nosotros hubiéramos estado en la situación de Josué, diría que muy probablemente no hubiéramos esperado una respuesta como esa. ¿Por qué el Señor contesta con esta respuesta aparentemente extraña?
Aunque no está precisamente detallado en las Escrituras, creo entender en esta conversación qué es lo que Dios le está tratando de decir a Josué y lo voy a parafrasear de esta manera… —Mira querido hijo, yo sé que tú estás preocupado por ciertas cosas pero me gustaría que no hablemos de eso por ahora. Por favor olvída esos detalles por un momento, y necesito que quites las sandalias de tus pies porque estás conmigo y quiero que compartamos un tiempo juntos. Yo sé lo que tú necesitas y sé de tus preocupaciones y nada de eso es un problema para mí. Yo solo quiero que tú me veas a mi como tu Padre, como tu Dios, como tu comandante. Yo no estoy esperando que te preocupes, que “hagas cosas”, o que te esfuerces en “proponer soluciones”. Yo tengo las soluciones, Yo soy el que va a actuar. Yo soy el Alfa y el Omega. Yo soy el principio y el fin. Pero por ahora solo te pido que te quites las sandalias y dejes a un lado tu carga de preocupaciones, porque el lugar donde estás ahora es suelo sagrado.
Quizá nosotros vamos a Dios con el buen anhelo de conseguir respuesta a nuestras dudas, o en busca de consejo, o probablemente vamos a Él con más de alguna petición grande o pequeña… Sin embargo, ¿hemos notado que muchas veces nosotros ya tenemos y le llevamos al Señor muchas de las soluciones bajo el brazo? Creo que este incidente nos muestra que Dios tiene una perspectiva completamente diferente del significado del encuentro con sus hijos. Él está mucho más preocupado de tener una relación con nosotros que de los temas a discutir. A El le interesa ocupar tiempo contigo y conmigo solo porque le agrada esa cercanía. En efecto su perspectiva del encuentro no es muy diferente a la de una actividad con tu mejor amigo. Pues bien, para la próxima ocasión, recordemos que estar con Dios es una experiencia maravillosa en sí misma. Pensemos que estar en su presencia es lejos una perfecta conexión del cielo con la tierra. Recordemos que Dios en realidad espera de nosotros que permanezcamos en adoración y confiemos. De hecho Él sabe exactamente cómo manejar nuestros problemas o inquietudes y tiene todo el poder para resolverlos.