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No estoy seguro si vale la pena compartir este comentario. De todas maneras lo publico pensando en quienes, como yo, hemos repetido prácticamente desde niños el versículo que se encuentra en Isaías 28:10 y que dice “porque mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá”. (RV1960). Y, bueno, me encontré recordando que indudablemente uno se enfrenta a elementos sumamente interesantes, y yo diría inesperados, al releer la Biblia sin sentirse influenciados, de alguna manera, por ideas preexistentes.

Años atrás, me di la tarea de leer varios de los libros algo más “complejos” de la Biblia utilizando distintas traducciones. Pues bien, al estar escuchando el capítulo 28 de Isaías desde la versión Dios Habla Hoy, y pasando precisamente por el verso 10 me encontré con una sentencia que me hizo detenerme; primero, para digerir la posibilidad de que hubiera un error tipográfico, y luego, para investigar y profundizar en detalle el asunto. Este texto, sin mucho contexto debo decir ahora, se ha utilizado muchísimo como un consejo divinamente inspirado para guiarnos en cómo se debe estudiar la Biblia.

A modo de paréntesis quisiera agregar que, por supuesto, al leer distintas versiones de las Escrituras nos encontramos con sentencias expresadas de diversas maneras o usando variados sinónimos y formas gramaticales. Generalmente, sin embargo, el concepto es básicamente el mismo. Por supuesto, en cualquier tipo de traducción, no existe solo “una” opción. Usualmente las ideas se pueden expresar de diversas formas sin alterar su significado. No quisiera ahondar aquí en el concepto de las traducciones bíblicas. Sin embargo, defendiendo la diversidad de traducciones y versiones, quisiera destacar un punto que rescato del episodio de la predicación del apóstol Pedro, inmediatamente después del Pentecostés. El libro de Hechos relata un acontecimiento asombroso. Dice el capítulo 2, que aquel sermón fue escuchado EN SU PROPIA LENGUA MATERNA por “partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de la provincia de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia cercanas a Cirene, visitantes llegados de Roma, judíos y convertidos al judaísmo; cretenses y árabes”. En otras palabras, Dios está muy en línea con que el mensaje bíblico sea traducido a cada lengua, y con cada variación posible, puesto que el mismo Espíritu Santo se encargó, en forma extraordinaria, de proveer las herramientas para que cada alma necesitada y en búsqueda de la verdad reciba una respuesta de parte de un Dios amante y diverso.

Volviendo entonces al capítulo en cuestión, me encontré con una sentencia diametralmente distinta a lo que yo había acostumbrado a entender de los versos 9 y 10. De hecho, lo siguiente es lo que leí desde la DHH: “¡Como si fuéramos niños chiquitos que apenas estuvieran aprendiendo a leer: ba, be, bi, bo, bu!”… Por supuesto, esto me hizo, no solo investigar diversos artículos teológicos, sino que también leer y releer el capítulo desde diversos ángulos. Para los amigos de mi denominación que quieran darse el trabajo de leer lo que dice el Comentario Bíblico Adventista en alusión al verso 10, encontrarán que hay dos posibles interpretaciones. La primera es la tradicional, es decir la verdad se presenta como un punto que lleva a otro en forma clara y lógica. La segunda interpretación es que el texto en hebreo pareciera emular sonidos onomatopéyicos del balbuceo de niños (tza la-tzav, tza la-tzav, kav la-kav, kav la-kav, zeir sham, zeir sham, por su pronunciación hebrea), o de borrachos remedando mensajes proféticos. Este mismo comentario bíblico aún aventura agregar que muchos eruditos afirman que es prácticamente imposible leer el versículo como tradicionalmente se ha traducido. Es más, la versión Reina Valera Contemporánea lo traduce como “¡Pues salen con su ta-ta-ta, bla-bla-bla, pe-pe-pe, to-to-to!”

Entonces, luego de revisar varios estudios y comentarios como el anterior, me detuve además a releer el capítulo en su contexto. Pues bien, al ustedes leerlo también, creo que concordarán conmigo en que este relato no está hablando en absoluto sobre algún método sugerido de estudio o algún consejo sobre cómo escudriñar las Escrituras, —en realidad, todo lo contrario—. Más bien es una crítica, de parte de Dios, a los dirigentes religiosos quienes no estaban haciendo su trabajo de enseñar o guiar al pueblo correctamente, que titubeaban al compartir el mensaje, o que vacilaban como si estuvieran ebrios. Entonces tiene mucho sentido que los versos 9 y 10 se parafraseen más o menos como: “¿A quienes creen que les están hablando? ¿Creen que son niñitos a los que se les enseña a leer repitiendo (y aquí emulo un texto parvulario de mi infancia) ‘mi mamá me ama, mi mamá me mima’?”… También, de la misma manera, hace mucho sentido parafrasear que el Señor les conteste, como a modo de remedo, en el verso 13: “Pues bien, yo también les hablaré a ustedes como ‘mi mamá me ama, mi mamá me mima’.”

Sin duda este es un asunto de opiniones y puede que las haya diversas. Sin embargo, casi podría asegurar que, al menos, el verso 10 del capítulo 28 NO es un texto que debiera utilizarse como un consejo de cómo estudiar la Biblia ni que indique un método al respecto, como comúnmente lo habíamos asumido. Por supuesto, si es por consejos sumamente bien fundamentados, la Biblia está abarrotada de ellos a todo su largo y ancho. Este es sólo un comentario que apunta a un pasaje específico, cuyo mensaje señala algo bastante opuesto a lo que yo estaba acostumbrado a imaginar en el pasado, por la forma en que se decidió tradicionalmente traducirlo. De paso, es interesante como es más común de lo que nos imaginemos, que los traductores bíblicos, ante la duda sobre un concepto que no está completamente claro, han tendido históricamente a continuar con lo que hasta el momento se ha aceptado y asumido. En cualquier caso, me gusta imaginar que Dios, cual Padre o Papito amoroso que es, sonríe al ver como sus hijos, aunque tambaleantes, buscan la forma de conocerlo mejor a través de la oración, y el estudio consiente y racional de las Escrituras.

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