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Me vino a la mente escribir un poquito sobre el tema del divorcio y cómo veo la opinión de la iglesia a la luz de La Palabra de Dios. Los profesionales en el área de la sicología u orientación familiar tienen seguramente bastante que decir en este aspecto. Sin embargo, yo voy a expresar lo que un individuo común y corriente sostiene en base al estudio meramente personal. Me parece que hay un gran porcentaje de cristianos divorciados, o en proceso de divorcio, que se mortifican al leer las palabras de Jesús en Lucas 16 cuando dice: “Todo aquel que se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio. Todo aquel que se casa con una mujer divorciada, comete también adulterio.” Obviamente muchos afectados piensan que esto es prácticamente una sentencia para quedarse solteros luego del divorcio puesto que, de lo contrario, sostienen, estarían transgrediendo parte de los 10 Mandamientos. Por supuesto respeto a los que, estando envueltos en este tipo de situación, aceptan sumisamente y acatan estas palabras como un mandato de Jehová. Sin embargo, discrepo de aquellos que las usan para apuntar con el dedo, especialmente al no estar en los zapatos de quienes viven el drama. A veces esto se traduce en sanciones eclesiásticas, restricciones, o corte de funciones. Aparentemente una lectura acotada y superficial del texto da a entender una prohibición o veredicto, pero vamos a hablar de esto en un instante.

modo de contexto quisiera mencionar que hay abundantes ocasiones en que la Biblia parece mostrar un concepto en forma tan evidente que produce que la mente de algunos lo procese instantáneamente como un principio inalterable. Muchos estamos al tanto de ejemplos de importantes doctrinas o dogmas que profesan algunas religiones a pesar de provenir apenas de una frase o un par de textos. El problema aparece cuando continuamos investigando y van apareciendo diversas evidencias que demuestran conclusiones diferentes, variadas o, incluso, completamente opuestas. En este orden de cosas, Jesús confrontó a los Fariseos y Sacerdotes “que diezmaban la menta y el eneldo y el comino, pero dejaban lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe”. Parafraseando, practicaban la jota y la tilde de los escritos sagrados, pero no entendían los principios que el Señor quiso transmitir a través de ellos. Por eso es sumamente importante estudiar la Biblia en su totalidad y, en muchos casos, no solo en forma lineal o literal. De paso, una de las bases, o consignas, que, personalmente, tomo como un elemento muy simple pero clave en este aspecto es el que concluyo al leer el episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto. Recordemos que Satanás usó la misma Biblia como parte de la tentación, específicamente el Salmo 91. Dice Mateo 4: 5-7: “Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.” El concepto, aparentemente sencillo pero trascendente para mí, es la palabra “también”, es decir, la Biblia también dice. O sea, no basta que un versículo, o aún un capítulo, enuncie algo. Probablemente va a haber más información sobre el tema en las Escrituras y, de ser así, hay que analizarlo a cabalidad.

Volviendo al punto anterior, permítanme analizar un rango de situaciones. Lo primero que viene a mi mente es el contexto que envuelve la vida de algunos patriarcas. Pensemos, por ejemplo, en Abraham, Jacob, David, Salomón, etc. Abraham no tuvo técnicamente dos esposas, pero si tuvo a su hijo Ismael con Agar, la esclava de Sara. Jacob, sin hacerlo aún por su voluntad, se casó con Lea y, más adelante, con Raquel. David tuvo varias esposas, y para qué hablar de Salomón. Mi pregunta es si Dios dejó de cumplir sus planes y propósitos con estos patriarcas o, directamente, los condenó por tener más de una esposa. Aunque en algunos casos hubo consecuencias, aún a largo plazo, en general la respuesta no es la que podríamos haber supuesto. Alguien podría decir que eran otros tiempos y otras culturas y, porende no sería materia de adulterio, lo que constituye otro de los factores a considerar. Sin embargo, mi pregunta aún continúa. Si la Ley de Dios, los 10 Mandamientos, son como suponemos, sagrados e inmutables, quizá nuestra forma acostumbrada en blanco y negro de ver todo en el marco de pecado vs perfección en nuestra experiencia denominacional, supondría que seguramente estos padres de la fe debieran haber sido eximidos de su llamado. Sin embargo, Dios continuó el plan y la obra que tenía con ellos “a pesar de”. Es posible que no sea el ideal del Señor, pero aquí entra el concepto de que Dios permite situaciones “por la dureza de nuestro corazón” aunque “en el principio no fue así”. Es interesante que muchas veces nosotros, los seres humanos, somos más intransigentes e inflexibles que nuestro mismo Dios.

Permítanme otro escenario. Voy a traer una vez más a la palestra al rey David, a quién Dios llamó “un hombre según su corazón”. Recordemos los momentos posteriores a cuando el rey mandó a matar a Urías para quedarse con su esposa y el profeta Natán vino a visitarlo para mostrarle su pecado en 2 Samuel 12. Me llama mucho la atención que, una vez descrito todo el oscuro complot del rey, Natán le amonesta en los versículos 9 y 10:

“¡Asesinaste a Urías el hitita para apoderarte de SU esposa (el énfasis es mío)! ¡Lo mataste con la espada de los amonitas! … me despreciaste al tomar la esposa de Urías el hitita para hacerla tu mujer”.

Sin entrar en detalles de tiempo y espacio, imaginamos que David seguramente palideció al saber que se descubrió su asesinato y posterior adulterio. Seguramente escuchó en silencio la evidencia y, luego, su sentencia. Después humildemente reconoció su falta ante Natán diciendo “—¡He pecado contra el Señor! —“. Sabemos por el relato, y por variadas evidencias, que fue un arrepentimiento profundo y sincero. En efecto, Natán le dijo más adelante que el Señor lo escuchó y perdonó su pecado. Aunque pasaron varios episodios simultaenos en la historia, lo que capta mi atención es que, más adelante, quien relataba la historia, seguramente el profeta Samuel, escribió en los versos 24 y 25 del mismo capítulo:

“Luego David fue a consolar a su esposa (el énfasis es mío) y se unió a ella. Betsabé le dio un hijo, al que llamó Salomón. El Señor amó al niño y mandó a decir por medio del profeta Natán que le pusieran por nombre Jedidías, por disposición del Señor.»

¿Notan que antes del incidente se hablaba de la esposa de Urías? Sin embargo, después de todo el proceso de conversión y arrepentimiento sincero de David, el libro del profeta Samuel nombra a Betsabé como la esposa de David. Es sumamente interesante, por decir lo menos, que Dios aceptó a Betsabé como esposa de David a pesar de haber ocurrido luego de un oscuro drama que incluía asesinato y adulterio. Más aún, Dios amó al hijo que nació de la pareja y lo preparó para que sea el futuro rey de Israel.

Este es un artículo corto y no voy a ahondar en más detalles. Ni siquiera quiero arriesgarme a una impresión tajante. Sin embargo, diré que, en mi opinión, es muy posible que en los versículos que hacen alusión al adulterio, Jesucristo estaba más bien ventilando la liviandad y crueldad con que los hombres (maridos) en aquella época de bajísimos derechos para la mujeres, muy fácilmente, y con cualquier excusa, repudiaban a sus esposas para tener la libertad de casarse con otra. Es muy probable entonces que ese fuera efectivamente el aspecto que molestaba y dolía al amoroso Salvador.

Este es un tema que da para mucho y seguramente habrá diversas opiniones al respecto. Sin embargo, quisiera dejar en mente solo estos dos elementos:

  1. Es imprescindible investigar hasta donde sea posible las Escrituras, porque Jesús contestó a Satanás “la Biblia también dice”. Y sin duda vamos a encontrar que dice muchísimo.
  2. Debemos tener cuidado en apuntar con el dedo, y menos censurar, o apartar, cuando en realidad podríamos estar, como los Escribas y Fariseos, solo queriendo aplicar la letra de ley en casos en que aún el mismo Señor, luego de un proceso de contrición sincera, podría estar diciendo “ni yo te condeno”.

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