Aunque las mismas Escrituras estipulan que no son de interpretación privada, nuestro Dios nos insta a escudriñarlas en forma personal. Y quisiera enfatizar este concepto: estudio personalizado. Escudriñar implica mucho más que una lectura superficial o aceptar enseñanzas de terceros. La estructura de nuestra iglesia funciona con un sistema jerárquico que va desde los miembros hacia arriba. En otras palabras, nosotros no somos creyentes que aceptamos dogmas o creencias impuestas por una cúpula, sino que más bien la administración de la organización observa la constitución de estatutos supuestamente revisados por toda la membresía y luego discutidos en los concilios locales, regionales y mundiales con participación de representantes elegidos desde las bases hacia arriba. En otras palabras, todos nosotros los creyentes tenemos participación activa en este proceso.
Desafortunadamente, y como en muchos aspectos, los seres humanos tendemos a relajarnos y dejar las cosas en manos de quienes “saben”. No sé si puedo aventurar una cantidad, pero sospecho que quizá un 80% de las personas caemos en el canasto de quienes nos dejamos llevar por la opinión de un 20%, si es que el porcentaje inicial no es aún mayor. Obviamente, cuando se necesite la opinión de expertos en alguna materia, esto será necesario. No obstante, en la mayoría de las ocasiones, es nuestra responsabilidad responder ante Dios y a nuestro entorno por lo que creemos. Ante la pregunta de si algo tiene o no sustento bíblico, yo debiera responder no lo que alguien me sugiera, sino lo que yo mismo he investigado. De paso, somos los mismos miembros los que creamos limitaciones a las posibilidades de acción de nuestros pastores distritales. Ponemos una presión tan grande en ellos de predicar y enseñar, que estos ocupan la mayor parte de su tiempo y energías preparando sermones y seminarios, cuando su función principal debería ser la de organizar y liderar la iglesia local para que esta haga un impacto en la comunidad. Pero ahí estamos nosotros generalmente hostigando con el consabido eslogan de que necesitamos pastores que prediquen el mensaje de la verdad presente, del tercer ángel, de las profecías, etc. En la antigüedad, una de las tareas de los sacerdotes era leer e interpretar las Escrituras. Esto hacía completo sentido tomando en cuenta que en aquel tiempo nadie más que ellos tenía acceso a los rollos sagrados. Además, la mayoría de la población no sabía, ni aún necesitaba leer. No obstante, ahora el panorama es completamente diferente y cada uno tiene todas las herramientas necesarias para la investigación. Es más, en muchos casos llevamos años ya en la maravillosa escuela que es nuestra iglesia y muy posiblemente ya ha pasado con creces el momento de “graduarnos”, espiritualmente hablando, para pasar a dedicarnos a la vida “laboral”. No, absolutamente no corresponde que releguemos nuestra responsabilidad a nuestros líderes. La tarea de escudriñar las Escrituras y compartir lo que hemos aprendido es una misión de cada cristiano. En la medida en que hagamos nuestra tarea, los pastores contarán con tiempo precioso para organizar, crear estrategias, hacer contactos, abrir rutas y conducir a su rebaño.
Aunque de alguna manera me avergüenza mencionar algo que no hace mucho sentido, por ser un cristiano ya de cuarta generación, yo no vine a conocer a la persona de Cristo sino hasta después de estar casado y con hijos (extrañamente muchos años después de aún haberme bautizado). Por supuesto sabía “acerca” de Cristo y conocía muchísimo sobre su historia, la cual había leído bastante desde pequeño, pero lo que no había aprendido era a relacionarme con él, a conocerlo, a amarlo, a compartir mi vida, mi familia, mi trabajo, mis sueños con Él (más tarde aprendí que no hay nadie más activo que Él desde aún antes del Génesis y hasta después del Apocalipsis). Por otra parte, no fue hasta hace unos 9 ó 10 años atrás, cuando tomé la decisión firme y consiente de borrar de mi mente absolutamente todo lo que había escuchado, leído y aprendido hasta el momento, para comenzar a escudriñar las Escrituras desde el punto cero… sin prejuicios, ni pre conceptos y sin opiniones ni ayuda externa. Esta experiencia ha sido sencillamente maravillosa. No solamente se ha abierto mi mente a entender elementos que no comprendía a cabalidad, sino que además he ido absorbiendo detalles que me han dado una nueva o diferente visión de las mismas cosas de las que tantas veces había escuchado en el pasado. De hecho, aprendí que no necesito leer opiniones de diversos autores (a menos que sean estos libros de referencia, los cuales son un gran aporte en términos de concordancia, comentarios bíblicos, culturas, fechas, geografía, etc.). Los comentarios de los expertos son valiosos, pero la Biblia, cuyo autor es fundamentalmente nuestro Dios, se explica esencialmente a sí misma.
Ahora, ¿en qué se relaciona esto con el punto inicial? Aunque esto da para una conversación prácticamente ilimitada, creo visualizar que un estudio profundo de la Palabra de Dios NO debería llevar a conflictos, a discusiones sin sentido, o a conversaciones sin rumbo ni acuerdos. Por el contrario, entender los principios fundamentales del plan de Dios con nosotros, debiera unirnos en lugar de distanciarnos, amarnos en lugar de devorarnos, apoyarnos en lugar de criticarnos. Siempre pienso que una iglesia que trabaja por la comunidad, no tiene tiempo para pleitos. Si es por diferencias de opinión, estas nunca van a faltar. Puede ser la ordenación de la mujer, la tolerancia con personas LGBT, determinar lo que es aceptable en el día de reposo, o incluso definir cuál es la música cristiana “correcta”, entre cientos de otras disputas. Sin embargo, no olvidemos que la obra NO es nuestra sino del Señor. No somos guardianes de la salvación. No fuimos llamados a juzgar sino a compartir. No es nuestra misión imponer, sino reflejar. En esta línea, creo sinceramente que, si tratamos de imponer en otros nuestras formas de comportamiento, sencillamente estamos restando valor al sacrificio de Cristo y a la labor del Espíritu Santo quién es, fundamentalmente, el que realiza la obra en los corazones.
Con todo, las opiniones se debaten en el tiempo y ambiente adecuados. Si es necesario, se discutirán y volverán a discutirse en las sesiones plenarias, puesto que muchas veces las circunstancias o factores cambian. Y cuando los delegados votan, no hay una suerte de orgullosos ganadores y tristes o furiosos perdedores. No es una disputa política, por intereses económicos, ni por supremacía. Esos procesos son, o debieran ser, una consulta a Dios conducida e influenciada por el Espíritu Santo, quien se hace parte a través de mucha, y mucha oración para concluir como en Hechos 15, «ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros». En este aspecto no aplica el volumen de nuestra voz, la popularidad de los participantes, ni el poder de convicción, sino en cuánto han escudriñado las Escrituras tanto quienes eligen a los delegados como los que tienen la responsabilidad de tomar decisiones. Pero, insisto, absolutamente todos estamos envueltos en este proceso. Si esto no ocurre, ni siquiera debiera yo opinar sobre el tema.
Ahora, lo que investiguemos y creamos es de importancia vital. No obstante, esto debe confluir desde y hacia los grandes y trascendentes principios divinos. Por eso es sumamente importante que comprendamos, hasta donde sea posible, el núcleo del corazón divino. Esto no será comprensible si leemos un versículo allí y otro acá. No sucederá sólo por repetir capítulos que recordamos en forma natural o por seguir a las carreras el año bíblico. En algunos casos, hay que dejar de lado ideas preexistentes y buscar no lo que quiero encontrar sino lo que las Escrituras realmente exponen. En lo personal, llego a la conclusión que muchas de las múltiples decisiones o regulaciones con que muchas veces nos estresamos o aproblemamos, quedan prácticamente opacadas al comprender el rol monumental de Cristo y SUS prioridades. De hecho, al apuntar a las prioridades de Dios, nuestras decisiones llegarán a ser no un fin en sí mismo sino en un medio para alcanzar algo mucho mayor e importante. Mi religión no se traducirá más en un si debo hacer esto o lo otro. En la práctica, no nos preguntaremos quizá si debemos o no realizar una actividad durante el día de reposo, sino indagaremos si esa actividad tiene el propósito de servir a alguien que me necesita. Probablemente no estaré pensando que una canción no calza con los cánones de cristiandad que yo conozco, sino iré más allá y ponderaré si esa canción podría estar tocando el corazón de un alma que no se mueve bajo los mismos parámetros que los míos. Sintetizando, la única forma de llegar al fondo del discurso es ocupando tiempo en investigar prolija y personalmente la Biblia como quien busca pepitas de oro en lecho de un río mineralizado, pero dejando que nuestra voluntad sea moldeada diariamente por el carácter de Cristo de tal manera que Él produzca “el querer como el hacer por su buena voluntad”.