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Una mañana, aunque en los comienzos de este siglo 21, me desperté con una interrogante. Muy probablemente para muchos esto sea ya sea de común entendimiento, pero hasta ese momento para mí apareció como una inquietud muy relevante. Desde que tengo memoria, recordaba haber leído que “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.”, como leemos en Juan 1:1. Por supuesto más tarde en el mismo capítulo el “verbo” hace referencia a Jesús, por ser Dios que se hizo carne. Entendía también que verbo era una perfecta analogía a su rol activo. En esa ocasión recordé que Jesús, aunque con el nombre de “Ángel de Jehová” o el “Comandante del Ejército del Señor”, aparece específicamente citado en ciertos episodios claves como: conversando con Josué, con Gedeón, y con Abraham, entre otros. Sin embargo, siendo que Jesús es el actor principal en la magnífica sinfonía de la existencia humana y, considerando que Él dice de sí mismo que existe desde la eternidad, ¿por qué yo no veía que era nombrado lo suficiente a través de lo ancho y lo largo del Antiguo Testamento en las Escrituras?

En la actualidad hay muy pocas personas que nieguen la existencia de Jesucristo. Aún sin ser cristianos, muchos creen que fue un gran personaje en la historia, e incluso otros aseguran que fue un gran profeta. Frases de Cristo Jesús, tales como “Da al Cesar lo que es de César y a Dios lo que es de Dios” o “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”, o «caminar la segunda milla» entre muchas otras, son usadas por creyentes y no creyentes por igual. Es innegable su importancia siendo que el calendario que rige la mayor parte del mundo actual se cuenta desde antes y después de su nacimiento. No obstante, ¿hay algo más? ¿Será que Jesucristo trasciende el tiempo y el espacio? La verdad quise poner esto por escrito porque siento que es un tema mucho más determinante de lo que imaginanos.

Al recordar el nombre de Jesús, pienso en un concepto llamado alusión. Esta figura tiene que ver con hacer referencia a un hecho, objeto o individuo, aún muchas veces sin nombrarlo. Y esto se me viene a la mente con la presencia de Jesús a través del Antiguo Testamento. Es interesante cómo la Biblia va arrojando más y más detalles cada vez que se la lee y re-lee. Nunca vamos a pretender tener una claridad absoluta porque es imposible que una mente mortal y finita pueda disectar las maravillas de un Dios omnipotente e infinito. Sin embargo, en su constante cercanía y preocupación por sus hijos, el Señor hace “alusiones” que ayudan a formar una parte significativa de este rompecabezas espiritual y que nos muestra vislumbres de su divinidad.

Comparto aquí el refrán de una de mis canciones favoritas, aquella compuesta por Michael Card y que se titula Scribbling in the Sand:

Era silencio, era armonía
Era arte, era absurdo.
Hizo callar a todos sin decir una sola palabra.
Esos mismos dedos de la poderosa mano
que escribió los Diez Mandamientos,
ahora están sencillamente
escribiendo sobre la arena.

Hice mención a este tema porque habla de que los mismos dedos que tallaron los diez mandamientos en las tablas de piedra, estaban ahora escribiendo en la arena cuando Jesús confrontó a la turba que pedía apedrear a la mujer adúltera. Déjenme pues enumerar cuatro razones por las que encontré que la presencia del Todopoderoso Jesucristo en el Antiguo Testamento es, por decir lo menos, mucho más evidente de lo que pareciera:

  1. Uno de los mayores registros de comunicación cercana entre Dios y el hombre lo encontramos en la historia de Moisés después de huir de Egipto. El libro de Éxodo relata el momento en que Dios se le reveló en forma directa y personal, estando Moisés ya como pastor de ovejas en las colinas de Madián y desde en una zarza que ardía sin consumirse. En aquel lugar Dios pronunció uno de sus nombres más significativos… “Yo Soy”. De paso, cada vez que ecucho este nombre me impresiona tremendamente el hecho de que, a diferencia del resto de los nombres de personas a través de la Biblia que tienden a ser descriptivos, Dios no necesita de presentación o introducción porque lisa y llanamente “Él ES”. Pues bien, lo primero que asombra es que, cuando Jesús les respondió a los sacerdotes con aquella memorable frase “antes que Abraham existiera, Yo Soy”, Él uso exactamente la misma expresión del nombre que oyó Moisés en el desierto. Y no solo lo hizo en esa ocasión sino en varias más. No es de extrañar que los fariseos levantaran rocas para apedrearlo por blasfemia.
  2. Por otra parte, veamos lo que el apóstol Pablo escribió en el conocido texto de 1 Corintios 10:1-4 que reza: “No quiero que desconozcan, hermanos, que nuestros antepasados estuvieron todos bajo la nube y que todos atravesaron el mar. Todos ellos fueron bautizados en la nube y en el mar para unirse a Moisés. Todos también comieron el mismo alimento espiritual y tomaron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo.” Un momento, la Biblia generalmente menciona en el Antiguo Testamento que “la nube de Jehová estaba de día sobre el tabernáculo, y el fuego estaba de noche sobre él…”. También era Jehová el que proveyó agua de la roca desde donde el pueblo se sació en más de una oportunidad. No obstante, aquí Pablo está diciendo que quién estaba en la nube y en la roca era… Cristo.
  3. Si esto no fuera aún suficiente, hay una muy conocida profecía que Isaías escribió en el capítulo 40 y verso 3 de su libro que dice: “Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios.” Es sorprendente, por no decir más, que mucho más adelante en el tiempo leamos en Mateo 3:3, cuando el apóstol habla sobre Juan el Bautista: “Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas.” Digo que es sorprendente el hecho de que el apóstol reemplaza la palabra “Jehová” por “Señor”, es decir Jesucristo en este caso. ¿Será que este no es solo un caso especial y pudiera ser, en realidad, más probablemente un patrón en el Antiguo Testamento y que el nombre de Jehová no se está refiriendo a menudo al Padre como generalmente pensamos sino, en realidad, al Hijo?
  4. Y quizá la guinda del pastel. Pablo, ahora escribiendo a los Colosenses en el capítulo 1 y versos 15 y 16 dice: “Él (leyendo un par de versos hacia atrás vemos que se refiere a Jesucristo) es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades. Todo fue creado por medio de Él y para Él”. En realidad, este par de versos no deja margen a duda de que Jesucristo mismo es el Creador, la razón de por qué todo lo que nos rodea, nosotros mismos, y toda la creación, por ende, existe. Recordemos que en el primer capítulo de Génesis leemos: “Hagamos al hombre, a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…” ¿Padre? ¿Hijo? ¿Ambos? No creo que corresponda hacer demasiadas conjeturas. No obstante Pablo, en la epístola de Colosenses, se inclina por Jesús como teniendo el rol activo en ese maravilloso y extraordinario evento.

En realidad, hay bastante más evidencia a través de la Biblia que puede agregarse. No obstante, solo en base a lo anterior, podemos deducir que el nombre de Jesús es lejos mucho más trascendente que solo el extraordinario hombre que pisó esta tierra. Más bien ese es el nombre que El adoptó durante una etapa de poco más de 33 años, ideada como un plan de rescate por la Trinidad y planeada con un amor inentendible para los humanos, en que el Hijo de Dios se humanizó cumpliendo aquella promesa hecha por Isaías que reza: «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado…» Efectivamente, el Verbo se despojó de todo su poder y gloria, y los puso dentro de un compartimiento cerrado con una llave que El conservó, pero no usó, para vivir la vida de un hijo que depende completamente de su padre. No, obstante antes y después de aquella etapa, la imagen de Jesús no solo está impregnada en cada rincón de las Escrituras sino que El está envuelto en cada detalle de lo que sucede en la historia de este mundo.

La verdad podemos sentir admiración por alguien que ha causado un impacto en nuestra vida. Pero, al asociar a Cristo con ese poderoso Dios que hacía temblar el Monte Sinaí con su presencia, aquel que pasó delante de Moisés y tuvo que ponerlo en una hendidura de la roca, y cubrirlo con su mano para que no muriera al ver su rostro, aquel quien le dice a los mares: «Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante» (Job 38:8-11) y, más aún, el que simplemente dio una orden y los cielos y la tierra se formaron… para después venir a este mundo de la manera más humilde posible y dar su vida en la forma más degradante con el fin de mostrarnos su amor inmenso y eterno, me hace admirarlo, amarlo y honrarlo con todo mi corazón, con toda mi mente y con todas mis fuerzas.

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