Es imposible obtener el sentido correcto o lograr un consenso si leemos la Biblia enfocándonos en ciertos elementos en desmedro de otros. Si partimos de la base de que el verdadero autor tras las Sagradas Escrituras no es otro que Dios mismo, por supuesto hablando a través de sus profetas, no podemos darnos la atribución de seleccionar qué leer y qué dejar de lado. Nosotros no somos quienes para dar importancia a un punto menospreciando a otro. Aún más, no podemos darnos el lujo de clasificar contenidos dependiendo de la iglesia a la que pertenezco o la educación religiosa que he obtenido. Existen ya demasiadas denominaciones cristianas en la actualidad, más de 30,000 para ser algo más precisos, como para no pensar que algo no está bien.
Está bastante claro que el Señor no espera que gastemos tiempo valioso tratando de mostrar que «mi posición es mejor que la tuya». De hecho, Jesucristo contestó este asunto al conversar con sus discípulos «-Maestro -dijo Juan-, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo impedimos porque no es de los nuestros. -No se lo impidan -replicó Jesús-. Nadie que haga un milagro en mi nombre puede a la vez hablar mal de mí.», como leemos en Marcos 9:38, 39 NVI. Esto me da a entender por ejemplo que nuestra misión va mucho más allá de simplemente convertir personas a MI forma de pensar. Que siendo yo un cristiano no sigo filosofías ni creencias, sino a un líder llamado Cristo Jesús. Que puede haber diversidad, pero la misión es una. No puede ser que el nombre de una religión en particular solo se relacione a una lista de prácticas o doctrinas. Tiene que haber algo más. Hay algo más.
No es solo un cliché decir que en las Escrituras hay cosas maravillosas, joyas preciosas que extraer. Los pescadores lanzan sus redes de un lado y del otro y más tarde las retiran para revisar el resultado de sus esfuerzos. Años atrás, y con el ímpetu de la juventud, dos de mis hermanos y yo decidimos ocupar un par de meses de vacaciones para salir a la mar a pescar merluzas en la zona austral de Chile, las cuales estaban siendo populares para esa época. Al levantar los espineles verticales que habíamos dejado colgando de unas boyas unas horas atrás, retiramos no solo merluzas, que es lo que principalmente buscábamos, sino que venía también una variedad de otras especies, como congrios, algunos mariscos y aún pequeños tiburones, en todo el conjunto. Al recordar este incidente pensaba que de la lectura de la Biblia también extraemos una gran diversidad de elementos. Hay allí por ejemplo profecías e historia, alabanzas y consejos, así como leyes, liturgia, etc. Sin embargo, hay elementos que son mucho más reiterativos y frecuentes que otros. ¿Sería razonable considerar la frecuencia como un factor a la hora de dar importancia a ciertos conceptos?
Pensemos en nuestros padres… cuando ellos esperaban algo de nosotros, obviamente por nuestro propio bien, ¿no nos repetían esos consejos hasta el cansancio? ¿No hacemos nosotros ahora lo mismo con nuestros hijos? Pues aquí yo noto un patrón parecido. Pareciera como que Dios dedicó una enorme cantidad de material para comunicarnos lo que Él considera importante. De hecho y aparentemente a través de una vasta cantidad de versos inspirados, Dios está queriéndonos transmitir aún su carácter, sus propios anhelos. Veamos, no es casualidad que encontremos textos como los siguientes ejemplos a través de todo lo largo de la Biblia, por favor léanlos por su cuenta ya que, por efectos de espacio, solo voy a incluir el primero: Éxodo 22:22,23 «No explotes a las viudas ni a los huérfanos, porque si tú y tu pueblo lo hacen, y ellos me piden ayuda, yo te aseguro que atenderé a su clamor». En otras palabras, cuídate de lo que haces con ellos porque de lo contrario te vas a ver las caras conmigo… Y aquí van otros: Deut. 10:18,19, Salmos 82:3,4, Isaías 1:17, Isaías 58:6,7, Jeremías 22:15,16, Mateo 25:34-36, Marcos 10:45, Gálatas 6:2, 1 Juan 3:17. Sin embargo esto es solo una muestra puesto que la Biblia no solo rebosa de ellos, sino que además estas declaraciones están generalmente insertas en escenarios que revelan sentimientos muy profundos de parte de Dios. Es difícil negar que el Señor está prácticamente rogando que nos preocupemos del desamparado, del que sufre, del huérfano, de la viuda.
¿Por qué digo todo esto? Aunque solo a modo de opinión personal, últimamente me he estado sintiendo agobiado por la poca importancia que estamos dando al servicio. Servicio a mis vecinos, compañeros de trabajo, familia extendida, comunidad, ultramar, no importa a quien y dónde… al servicio. No quiero que esto suene como una declaración, pero percibo que estamos prácticamente usando un 50% de nuestro esfuerzo como creyentes en defender nuestra posición, ya sea interdenominacionalmente o aún dentro de nuestra misma iglesia. Sin especificar detalles percibo como que gozamos más en tener mucho conocimiento de la Biblia que en aplicarlo. Sentimos un gran placer en saber que tenemos respuestas para todo y que hojeamos las Escrituras con una destreza abrumadora. Pareciera que la religión se resume en querer enseñar a otros a pensar como yo, a vestir como yo, a comer como yo. Pareciera que, en nuestro patrón de evangelismo, yo soy el elemento de perfección y lo que me corresponde hacer es tratar de clonar tantos como pueda a mi imagen. Entiendo, estoy siendo demasiado sarcástico y pido disculpas por eso. Sin embargo, ¿no hay un poquito de sentido en lo que digo? ¿Será que en algún momento del camino, sin darme cuenta, puedo haber perdido el rumbo? Entiendo completamente que esta reflexión es para mi. Sin embargo, quiero compartirla en caso de que alguien pueda estar teniendo estas mismas inquietudes.
Aunque es indudable entender que Dios se complace en tener un pueblo que le adora, le enaltece, le trae ofrendas, cumple sus mandatos, es interesante notar también que toda esta adoración no tiene sentido alguno si no viene como consecuencia del amor y la compasión. En efecto el primer capítulo de Isaías nos muestra un panorama claro y a la vez dramático de cuáles son las prioridades para Dios. Allí encontramos algo que puede parecer extraño o paradójico. Desde el verso 10 en adelante, ¡el Señor muestra un profundo desagrado por nuestra adoración! Aunque resulte insólito, Dios expresa que está cansado de nuestros sacrificios, de nuestras asambleas, de nuestras ofrendas y aún del día que Él mismo instituyó para reposo. Incluso añade la triste sentencia de que no nos va a escuchar cuando levantemos nuestras manos y oremos. ¿Qué es lo que hace al Señor expresar tales afirmaciones tan desgarradoras? La respuesta aparece un poco más adelante desde el versículo 16. En realidad, no se trata de la adoración, se trata finalmente de cómo actuamos ante nuestros semejantes, sus hijitos pequeños y desvalidos. En otras palabras, hay algo para Dios que es prioritario, algo que ocurre en la intimidad de mi corazón y que aparentemente revela el resultado de realmente conocerle y amarle. Entonces pues, con qué cara vamos a presentarnos y adorar a Dios si mi vida no muestra la compasión que Él espera que refleje en el trato cotidiano con quienes me necesitan.
No puede ser, no tiene ningún sentido un cristianismo que se enfoque en nosotros en lugar de los demás. «Dios no escatimó a su propio hijo» pensando en nosotros. Jesucristo dijo «He aquí vengo» ofreciéndose a sí mismo para dar su vida. Ahora Él nos pide que salgamos a «Jerusalén, Samaria y hasta lo último de la tierra». Pero esto no significa hacerlo para que la comunidad vea lo especiales o «santos» que somos pretendiendo que nosotros transformaremos vidas. Solo Cristo puede transformar corazones. Solamente el Espíritu de Cristo tiene el poder para recrear una vida destrozada por el pecado. Es cierto, la Biblia habla de pelear la buena batalla, pero esa no es la batalla contra el pecado. Yo no tengo ninguna oportunidad en esa contienda. La buena batalla consiste en aferrarse a Cristo cada día pues Él sí tiene el poder para vencer y lo va a hacer. Yo no puedo, pero Él puede. Yo no comprendo, pero Él comprende. Yo no veo, pero Él ve. Yo no siento, pero Él siente. Por eso, si voy a compartir algo, mi labor es compartir a Cristo. Lo más precioso de todo es que Cristo quiere que comprendamos esto por nuestra propia felicidad. A través de toda la Biblia Dios nos pide que velemos por quien me necesite porque de esa manera estaremos teniendo en nuestra vida una parte de Su vida. Al nosotros compartir, Dios está poniendo en nuestro corazón parte de su propio carácter. Lo que Dios deja ver claramente en Su Palabra es que Él desea que su pueblo deje de pensar en sí mismo y note que hay mucho sufrimiento alrededor. Él espera que seamos sus brazos y sus pies para llevar esperanza a quienes ya la han perdido. Él desea que entendamos los principios fundamentales de su reino. Anhela que comprendamos la prioridad de este tema en las Escrituras. Por supuesto la victoria sobre las drogas, violencia, o problemas familiares que encontremos en nuestra comunidad no provendrán de mi elocuencia ni de mis consejos de cómo vivir una vida cristiana. La victoria vendrá sola y únicamente como consecuencia de la obra de Cristo en los corazones.
No pretendo que todo el mundo acepte esto de la manera que yo lo hago. Yo alabo a las personas que tienen la capacidad de creer como consecuencia de una fe simple y sincera. Lo que detesto es que hayamos otros que pretendemos seguir y conocer a Dios y sin embargo vivimos religiones plagadas de fastidiosas comparaciones porque en algún momento perdimos de vista las prioridades de Dios y endiosamos nuestras preferencias terminando escondidos bajo toneladas de tradiciones, preconceptos y egoísmo.
Volviendo al concepto inicial, y aunque suene para algunos como una blasfemia, dudo que el concepto de iglesia verdadera se aplique de la forma que como miembros damos prácticamente por sentado. No es posible que podamos llegar a tal afirmación simplemente examinando la iglesia bajo el prisma del conocimiento o de las doctrinas. Más bien deduzco que la iglesia de Cristo es un conjunto diverso de creyentes que se pone a disposición de Dios y le dice «Heme aquí, envíame a mí». Es más, el apóstol Pablo especifica que al amar estamos dando un completo cumplimiento a la ley de Dios (ver Romanos 13:10). Puede que hayamos escuchado esto ya muchas veces, sin embargo, en algún lugar de nuestra mente sigue existiendo la idea de que nuestro punto de vista es el correcto y los demás van a unirse a nuestra iglesia tarde o temprano. Lo que quiero decir es que creo que debiéramos extirpar de nosotros las comparaciones. Debiéramos remover de nuestra mente el pensamiento de sentir casi como que somos los depositarios de la verdad. De hecho, cuando una iglesia trabaja y está ocupada en la comunidad, no queda tiempo para discusiones triviales entre hermanos. De la misma manera, cuando dejemos de priorizar nuestros dogmas, costumbres e ideas, muchos cristianos emergerán desde diversos lugares con el solo propósito de servir y así nos uniremos para mostrar al mundo que Dios es amor. No me malentiendan, no estoy hablando de alianzas para unificar criterios ni tranzar principios. No estoy negando los cánones que mi propia congregación sostiene. Es más, estoy completamente de acuerdo con lo que mi querida iglesia proclama y lo comparto. Solamente estoy queriendo pensar que hay una multitud que desea poner énfasis en lo que realmente corresponde, que anhela alcanzar a centenares de millones que necesitan primordialmente y ante todo conocer a Cristo y experimentar su toque salvador. Puede que haya mucha ingenuidad en mi forma de pensar y probablemente mucho que investigar aún. Sin embargo, me parece que dejando de lado lo que es secundario y enfocándonos en lo que es primordial para el cielo será como el cristianismo emergerá como aquella iglesia verdadera que vemos representada en la Biblia por la mujer pura. Cuando dejemos de pensar en nosotros mismos, aún en nuestra propia salvación por estar dedicando todo nuestro esfuerzo al bien de los demás, es cuando pienso que el carácter de Cristo va a ser reproducido plenamente por Su iglesia en el mundo.