Aunque lo he leído ya muchas veces no deja de impresionarme, entre varias cosas, el final del capítulo dos de Daniel. Recordemos que en esta sección Daniel revela detalladamente a Nabucodonosor no solo el sueño asombroso que el rey tuvo en su propio dormitorio, sino también su significado. De paso, un sueño que prueba algo que es sencillamente imposible para el ser humano, para la ciencia o, por qué no decirlo también, la astrología… y es que Dios es absolutamente el único que «conoce el futuro desde el principio».
Detengámonos un poquito en este monarca. Puede parecernos un nombre largo y simpático pero sin duda lo llevaba el hombre más fuerte e influyente del mundo en su época. De hecho hasta el célebre músico Giuseppe Verdi compuso durante el siglo pasado una ópera basada en su historia. Quizá alguien lo compararía a uno de los presidentes de alguno de los países más poderosos del planeta hoy en día, o quizá a uno de los hombres más ricos de la tierra. Sin embargo Nabucodonosor era las dos cosas, y aún más. Junto con ser el líder absoluto de un ejército enorme y muy poderoso que hizo sucumbir a todos los reinos fuertes de su época, Nabucodonosor llegó a ser inmensamente rico. La historia cuenta que los jardines colgantes, como parte de la arquitectura de Babilonia que el construyó, llegaron a ser una de la sietes maravillas del mundo antiguo.
Por otro lado, con los poderes naturales que se atribuía la monarquía, este soberano no se atenía en absoluto a la opinión de sus súbditos sino que hacía lo que le venía en gana. La Biblia revela en varios lugares que el nombre de Nabucodonosor no solo hacía temblar a las personas sino aún a los reinos. En más de una ocasión las Escrituras muestran que individuos y familias enteras fueron asesinados delante de su presencia, por revelarse u oponerse a su voluntad. Precisamente en el capítulo mencionado al comienzo Nabucodonosor había emitido la orden de matar y aún descuartizar a todos los sabios y consejeros de su reino (incluyendo sus familias) y destruir sus propiedades simplemente porque no pudieron dejarle saber el sueño que había tenido y que le tenía muy preocupado. Afortunadamente esto no ocurrió porque Daniel apareció en escena.
No deja de ser entonces significativo que Nabucodonosor, ese temible soberano, «se puso de rodillas delante de Daniel» (Daniel 2:46), un jovencito de no más de 16 ó 17 años, hebreo, y que había sido llevado cautivo desde Jerusalén a Babilonia. ¿Nos podemos imaginar la escena? Allí está un imponente rey, al frente del trono más importante del planeta, arrodillado con su rostro en tierra a los pies de un humilde esclavo luego de que este le explicara en forma clara y precisa no solo el sueño sino que su significado. Naturalmente que Nabucodonosor, por medio de ese acto, estaba reconociendo, a su manera, al Dios de Daniel como Rey de reyes y Señor de señores. Es sorprendente lo que puede suceder a través de una persona que «propone en su corazón», como Daniel, poner a Dios ante todas las cosas y hacer Su voluntad aunque de ello dependa su vida.