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Quienes decimos estudiar las Escrituras, solemos hacerlo muchas veces en forma cognitiva o intelectual en desmedro de un análisis práctico de sus principios fundamentales. Por ejemplo, nosotros podemos leer un libro de historia y luego recordar períodos, acontecimientos, fechas y detalles y, aún, no sacar conclusiones prácticas o aprender lecciones de aquellos hechos.

Mientras pensaba en esto, y a propósito de historia, vino a mi mente un evento dentro de las crónicas del emperador Napoleón Bonaparte (aunque no tenga probablemente nada que ver con el tema en cuestión). Este suceso llegó a ser tan significativo y trascendente que el músico ruso Pyotr Tchaikovsky compuso la llamada Obertura Op. 49, popularmente conocida como la Obertura 1812 y que narra un acontecimiento militar a través de sorprendentes efectos orquestales, y que se utiliza hasta hoy como sinónimo de un canto de victoria. Sucedió que Napoleón, en su afán de conquistar más allá de sus fronteras locales y ensanchar aún más su imperio, decidió a fines de 1812 marchar con un enorme ejército de cientos de miles de soldados hacia Rusia para invadirla. Sin embargo, cometió el gran error de no prever algunos factores determinantes. Sin entrar en detalles, Napoleón llegó y acampó cerca de Moscú cuando se acercaba el invierno. Cansados y con falta de provisiones esperaron pacientemente una señal de rendición de los rusos, algo que nunca ocurrió. En consecuencia, Napoleón y sus hombres decidieron atacar Moscú, pero, al llegar allí, encontraron que la mayor parte de la ciudad estaba totalmente vacía y quemada hasta sus cimientos. Al no encontrar alimentos ni abrigo, los soldados franceses y sus caballos comenzaron a morir tanto por enfermedades, como por el hambre y el frío. Finalmente, el debilitado ejército fue atacado por los rusos en su regreso y Napoleón retornó completamente derrotado con un diezmado ejército, lo cual pavimentó el comienzo de su ruina final.

En fin, es posible que leamos sobre este tipo de eventos históricos por un currículum educativo, con fines culturales, o incluso para ufanarnos de nuestro conocimiento de la historia y geografía universales. Sin embargo, yo imagino que otro tipo de mentes más inquisitivas, al leer sobre acontecimientos como este, va más allá de una simple lectura narrativa e investiga las razones de aquella aparente falta de coordinación en el sistema de espionage o inteligencia de Napoleón, o del porqué no se tomó en cuenta el invierno Ruso que se avecinaba. Tal vez sacan conclusiones, por ejemplo, en temas de estrategias de tipo militar, deportivas, o quién sabe, algunos simplemente buscan elementos para aplicar este evento a la construcción de conclusiones que ayuden a “no tropezar dos veces con la misma piedra”.

Quise traer este ejemplo a colación debido a que hemos estado analizando en la clase bíblica de nuestra iglesia la interacción de Jesucristo con los Escribas, Fariseos y eruditos Judíos de su época. Normalmente tendemos a ser muy críticos con aquellos personajes y, de hecho, no logramos entender por qué estos fueron tan incrédulos, obtusos y crueles con la persona del Hijo de Dios. Nuestra mente no comprende cómo, teniendo tanto conocimiento bíblico, pudiendo prácticamente recitar las Escrituras de memoria, siendo la alta teología de la época, no pudieron entender algo que nosotros consideramos tan obvio y evidente. No obstante, en su defensa, yo puedo articular que estos personajes no tenían la historia, experiencia e información con que nosotros contamos hoy en día. Por lo mismo, me pregunto cómo hubiéramos actuado si fuésemos nosotros los religiosos que esperaban al Mesías, y si fuera ahora la época en que ocurrieran los acontecimientos. Específicamente me preguntaba cómo reaccionaríamos si, imaginariamente, Cristo apareciera en escena ahora mismo, durante este año, y las profecías indicaran que este es el tiempo aproximado en que debiera venir a “establecer su reino”. Obviamente Jesús no vestiría una túnica, quizá no tendría una barba frondosa ni usaría el cabello largo. Muy probablemente sería un hombre como muchos que transitan por las calles. Sencillo, pero de porte digno, con pureza de carácter y con un conocimiento evidente y profundo de las Escrituras. Por otro lado nosotros, como buenos religiosos, estaríamos siendo muy cautelosos debido a los “falsos cristos” o “sanadores itinerantes”, puesto que nuestras propias creencias así lo aseveran. Con esa perspectiva en mente, aunque este hombre que asegura ser el gran Yo Soy haga grandes señales y milagros curativos, cumpla al pie de la letra con las profecías que se hicieron de El en el pasado, hable palabras de vida y, de hecho, aparezca en todos los noticieros a nivel regional o nacional, me encontré deduciendo que, de todas maneras, muchos de nosotros llegaríamos a conclusiones como las siguientes:

  • No, este hombre no puede ser el Cristo porque lo vi saliendo de un bar conversando con personas de mala reputación.
  • No, no puede ser porque no tiene un grado universitario.
  • No, la verdad no puede ser el que dice ser porque hace unos días predicó en una capilla y noté que estaba leyendo los versículos desde su teléfono celular y no usando la Biblia tradicional que deberíamos utilizar.
  • No puede ser él porque, durante un culto, vio a unos niños corriendo irrespetuosamente por la iglesia y él, en lugar de regañarlos o a sus padres, se sentó a jugar con ellos y a entonar canciones.
  • No, no creo que sea el Mesías porque el día en que debiéramos reunirnos para el culto, él estaba en una plaza, incluso con ropa de calle, dando de comer a unas personas sin hogar. Luego fue a visitar una carcel y, la verdad, ni siquiera atiende a nuestra iglesia.
  • No creo que sea él porque saca conclusiones diferentes a las nuestras de ciertos pasajes de la Biblia.
  • No puede ser él, porque levanta los brazos cuando ora, o aplaude dentro del templo, o porque sonríe o te abraza cuando hay que estar serios, (o… lo que queramos agregar según nuestras costumbres).

Es posible que yo esté exagerando, o quizá no, pero presiento que si fuéramos nosotros quienes hubiésemos vivido en aquel tiempo, tristemente habríamos actuado de la misma manera que los Fariseos porque muy probablemente hubiéramos priorizado nuestras costumbres, religión, o dogmas al proceder y a las enseñanzas de la persona de Cristo. La verdad fue necesario salir de esa burbuja de religiosidad ficticia y arrogante, como sucedió con Nicodemo y José de Arimatea (al menos de entre los que se nombran en la narración evangélica) para ir más allá y entender que Jesucristo era mucho más que una maraña de conocimiento, costumbres, prejuicios, camellos y agujas.

Volviendo al punto inicial, se necesita estudiar la Biblia más que solamente en forma cognitiva o siguiendo dogmas y mandatos al pie de la letra, como los Fariseos quienes aparentemente no buscaban entender sino solo cumplir. En ocasiones, es necesario borrar de la mente doctrinas previamente arraigadas en nuestras neuronas para comprender el mensaje puro y simple que emana de una sección de las Escrituras. Solo a modo de ejemplo, comparto que hace un par de días estudiamos el capítulo 13 de Juan, cuando Jesús lavó los pies de sus discípulos. En aquellos momentos los discípulos estaban confundidos y no lograban comprender cómo es que aquel hombre, quien según estaban entendiendo sería el libertador poderoso que traería el Reino de los Cielos a este mundo, estaba rebajándose a la posición de un siervo. Al mismo tiempo, estaban más bien riñendo sobre quién de ellos sería el más importantes para ser designado ministro del interior o asesor principal del nuevo reino. Jesús les dijo entonces, en Juan 13:14 “Pues, si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros.” Yo pensé entonces, por leer precisamente al pie de la letra, que nosotros seguimos esa tradición y nos lavamos los pies unos a otros antes de proceder al rito de la comunión. Aunque para todos los efectos la práctica esté correcta, y sea una linda experiencia, sucede que, terminada la ceremonia, probablemente seguimos con una vida, en muchos casos, egoísta, de menosprecio al menos afortunado y ataque a inmigrantes, de total despreocupación por nuestros vecinos, necesitados, ancianos, etc. Entonces, si vemos un poco más allá de la jota y la tilde, concordaremos en que Jesús quiso enseñar a sus discípulos y, por transitividad, a nosotros, que para Dios es sumamente importante ser un siervo para con los que me necesiten. En esa línea, para representar el carácter de Cristo, lo que debemos hacer es procurar una vida de servicio constante a los demás en lugar de preocuparnos por buscar ser el más importante. De hecho esto es realmente la asencia de Dios y, porende, era el principio que Cristo estaba queriendo compartir, aún más allá de la ceremonia literal, por más hermosa y aplicada que esta sea. Para ahondar un poco más en este tema de los principios, recordemos cuando los Fariseos le preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento más importante de la Ley. Es muy interesante, por decir lo menos, que Jesús citó a Deut. 6:5 y Levítico 19:18, es decir, “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” … y “ama a tu prójimo como a ti mismo”, en lugar de citar alguna sección de Éxodo 20 o Deuteronomio 5, donde se enumeran los 10 Mandamientos. Pues bien, Cristo resumió exactamente lo mismo que se detalla en la lista de mandamientos, pero agregó algo revolucionario, y no comprendido hasta ese momento ―el amor―, y a través de los mismos escritos sagrados. En otras palabras, hizo ver a los Fariseos que ellos se habían detenido en la letra de las Escrituras, pero no habían comprendido el principio fundamental y el motor que existía tras la Ley que ellos tanto endiosaban, cual era el amor a Dios y a sus semejantes. Más tarde el Apóstol Pablo confirmó este principio al concluir en Romanos 13 que el amor es el cumplimiento de la ley. De paso, algo que nos cuesta mucho asimilar.

Una vez más, es tremendamente fácil criticar a los Fariseos o Sacerdotes del primer siglo. Sin embargo, es bueno tener en cuenta que muchas veces nosotros reaccionamos exactamente de la misma forma al exaltar o, incluso, venerar nuestras creencias y costumbres por encima de Cristo a quien decimos seguir hasta la muerte. Vale la pena leer las Escrituras y hacerlo con esmero, pero necesitamos hacerlo no solo por conocimiento o erudición, e incluso por costumbre, sino por una comprensión aguda de los principios a los que ellas apuntan. Al lograr un entendimeinto íntegro de aquellos principios, podremos llevar a la acción aquellos profundos deseos y anhelos del Señor que se derivan de la sumatoria de todos los escritos incluídos en su Palabra.

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